El Blog de Bodega Soledad
Hace tan sólo unos años, los días de vendimia se vivían como una auténtica fiesta familiar. Entrañables rituales que se han ido perdiendo con el tiempo y que Aldonza Gourmet recuerda en mitad de esta nueva temporada de recolecta de la uva. Es septiembre. Estamos en plena vendimia pero el ambiente que se respira en las localidades con tradición vinícola ya no es el mismo. Años atrás, cuando la tecnología todavía no había llegado a los viñedos, los días de vendimia eran otra cosa. Los pueblos se vestían de gala para recibir a los centenares de familiares forasteros que se apuntaban, año tras año, a cortar unos racimos de uva. ¿Quién no tenía un abuelo, un tío, un primo o un amigo con viñas? ¡La vendimia era la excusa perfecta para reunir a toda la familia!
Hace tan sólo unos años, se contaban los días para vendimiar. Entonces, ir al campo a cortar uva no sólo era sinónimo de trabajo. Aunque el despertador no se hacía de rogar, la gente disfrutaba hasta del madrugón. ¡Los bollos de mosto recién hechos esperaban para el desayuno! Cuando el verano terminaba en agosto y las temperaturas caían en picado en el mes septiembre, las botas de agua eran casi obligatorias para no mojarse con el rocío de la mañana. Como mono de trabajo, la ropa más vieja que había en el armario. Una vez equipados, todo el mundo al coche de los abuelos dirección: ¡el majuelo! En vendimia, como sabrás, cada uno tiene un rol. Está el que corta mucha uva, el que sólo se pasea y da ánimos o el que llega dos horas después porque no le gusta madrugar. El que descarga los cubos de uva al remolque, el gracioso que no cesa de contar chistes, el de las bromas y el que, año tras año, repite una y otra vez las mismas anécdotas de la infancia. Y, por supuesto, en toda cuadrilla que se precie nunca falta el quejica. Desde primera hora empieza a quejarse de lo cansado que está y de lo dura que es la vendimia. Este último ejemplar era el primero en seguir el olor a salchicha y panceta a la brasa que se respiraba diariamente a media mañana. ¡La hora del almuerzo! Las abuelas colgaban las tijeras un poco antes y ‘hacían lumbre’ para que todo el mundo tuviera preparado el almuerzo a la hora del descanso. ¿Os acordáis también de las guerras de uvas? Era la excusa perfecta para hacer otro descanso y compartir unas risas. Otro momento característico de aquella época era cuando los más pequeños, y no tan pequeños, se subían al remolque a chafar las uvas con los pies. Antes no estaba prohibido pisar la uva y esto se convertía en una auténtica atracción para ellos. Además, ¡así se podían echar unos cuantos cubos más! En vendimia, aunque te pusieras guantes, tenías las manos negras todos los días. Era la seña de identidad. Eso sí, hay una cosa que no ha cambiado y que no cambiará con el paso de los años: el dolor de riñones, sobre todo, después del primer día. Difícil de olvidad, ¿verdad?
fuente: blog.aldonzagourmet.com
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